6 de diciembre de 2008

Taller en El Galpón

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El Galpón, es El Galpón de Encomiendas y Equipajes,
en La Plata,
lugar físico donde trabaja el Grupo La Grieta.


A lo largo de una semana (del 29 de noviembre al 6 de diciembre)

festejaron un año más de trabajo.
Qué mejor manera de hacerlo que con exposiciones y talleres.

Dentro de estos festejos, fui invitada a dar un taller de collage.
Esto fue el sábado 29 por la mañana.

Un día bochornoso,
con un cielo que amenazaba caerse y no caía, hasta que cayó.
El diluvio me atrapó al regresar,
a una cuadra de casa comprando facturas.
Me hice sopa.

Dos papelitos negros y una hoja blanca cada uno.

Chicos y grandes, compartiendo dos mesas de trabajo.
Silencio y concentración.
Y se hizo la magia.


Almuerzo: ensaladas y cerveza,
y el deseo de un viento fresco que no llegó.


Fabi y yo. Vaya a saber qué nos sorprendió.

Gracias a todos los que participaron,
cebaron mate, convidaron galletitas,
y a Paula Giorgi y a Fabiana di Luca por las fotos y la compañía.


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30 de septiembre de 2008

En el partido de General Villegas

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Nota:
Armé esta especie de diario de forma que se pueda leer como cualquier otra página,
de arriba hacia
abajo, de lunes aviernes.
Pueden agrandar todas las imágenes, haciendo clic en ellas.

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El principio


Hace un tiempo, se contactó conmigo Mercedes Tassi,
de la Biblioteca D. F. Sarmiento de
General Villegas,
para invitarme a dar talleres allí

y en otros pueblitos del partido,
y
también para que formase parte del jurado del concurso de dibujo y collage
Sueño de
barrilete.
Después de varios correos, quedamos en que iría en Septiembre.
A partir de ahí, mi contacto
fue con Carolina Loyarte,
coordinadora de la Hora de cuento de la Sala Infantil de la
Biblioteca.

Lo aprendido, lo vivido.
Soy novata dando talleres (esta, es mi tercera vez). Pero lo vivido estos días
me confirmó algo que intuía: No
hay reglas.
Tal vez un plan, y algunas alternativas. Un plan lo suficientemente amplio
y
dócil, que a uno le permita adaptarse a situaciones diversas.
Aprendí que lo mejor es estar abierto, blando y dispuesto, y mirar,
y escuchar, y hacer
camino al andar.

Tropecé también, ya que en la primera lectura de Pájaro negro, pájaro rojo,
percibí silencios
de impaciencia, pero también aprendí.
Así fue como al siguiente taller, traté de cambiar el
ritmo y,
si bien leí partes, otras las narré. Todo un tema, ya que no soy narradora.
Pero los
chicos son generosos, y en cuanto se sienten cómodos te lo hacen saber.
De ahí en más, la narración fue cada vez más fluida.
Conté y mostré los dibujos, y llegué a
sentir ese hermoso silencio,
el expectante, el de querer saber cómo sigue.



El plan era…
Leer Pájaro negro, pájaro rojo. Después, según las edades de los chicos,
contarles un poco mi
forma de trabajo, mostrándoles bocetos en todas las instancias,
pruebas de color, descartes y
originales. Y al final, hacer un taller de collage:
manos (nada de tijeras), papeles y
plasticola.

Como decía antes, ese era el plan.
Más adelante (más abajo), cuento un poco cómo se dieron
las cosas en cada lugar.

El taller de collage

Se forman rondas de más o menos 8 chicos.
Les damos (estavez, Caro y las maestras me ayudan) un
potecito con plasticola
y varios papeles de distintos colores, todo esto para compartir.
Cada
uno recibe una hoja blanca y un trocito de papel barrilete (o el que haya).
La propuesta es
mirarlo, darlo vueltas hasta descubrir en él, una forma,
una parte de un todo…. Tal vez una
oreja, un pie, un ala.
Una vez descubierta esa forma, pegan el trocito de papel en la hoja y,

con nuevos pedazos -de los otros papeles de colores-
que cortan a mano, empiezan a completar
la imagen.

Intermedio
Salir de la Capital, pasar al otro lado de la General Paz,
hacer unos kilómetros más, salirse
de la ruta,
recorrer caminos de tierra y llegar a la única escuela de un pueblo
donde las
paredes cuentan lo que no dicen las sonrisas ni los abrazos, hace pensar.

Una anécdota
Al finalizar uno de los talleres,
una mujer (hermosa) se me acercó y me dijo
aunque no haya
sido exactamente con estas palabras, algo así:
- ...los chicos a los que más les cuesta el estudio,
son los que hicieron los trabajos más
creativos…-
A lo que respondí muerta de risa: - Yo era de esos; un desastre…-

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Lunes 22

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20 hs.
El micro llega a General Villegas antes de lo previsto.
Viene a buscarme Caro (Carolina Loyarte).
Dejamos mis cosas en el hotel y vamos a cenar a “La esquina”
- lugar donde cenaré todas las noches-, a conocernos y a seguir intercambiando
ideas de los talleres con los que empiezo mañana.

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Martes 24

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9 hs.
Después de muchos cafés
(la ansiedad hizo que me despertara muy temprano),
llega Caro con el remise que nos va a llevar a Banderaló.

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9.30 hs.
Llegamos a Banderaló.
Nos espera la bibliotecaria de la escuela.
Mientras las maestras terminan de acomodar la sala,
charlamos y preparamos los materiales en la biblioteca.
Nos convidan con café (más café) y facturas.
Me siento cómoda, contenta y un poco nerviosa.
Es el primer taller de muchos, también es la primera vez
que me embarco en la lectura de un cuento.
Me preocupa que sea demasiado largo para los más chicos.

Serán dos talleres, con dos grupos de chicos diferenciados por edades.
Aunque estoy un poco nerviosa (ya lo dije), tengo muchas ganas de empezar.

Entro en la sala, miro el cartel que hicieron
anunciando mi llegada, sonrío, me presento.

Charlamos. Los chicos me cuentan qué libros míos vieron,
preguntan, contesto y nos vamos haciendo amigos.

Leo Pájaro negro, pájaro rojo.
Si bien escuchan con atención, percibo en el aire cierta impaciencia.

Agilizo el ritmo, agrego onomatopeyas y llego al final del cuento.
No sé si hubo aplausos, creo que sí.
Pero haber concluido la primera lectura y ver las caritas sonrientes de los chicos,
y escuchar un “sí” laaaaaaargo
como respuesta a mi pregunta de si les gustó, me afloja.


Ahora sí, pienso. Saco de mi carpeta bocetos, originales, pruebas y el barrilete.
Les muestro todo y los miro. El bullicio me hace sentir cómoda.

¿Quieren trabajar? Pregunto. Otro sí largo y manos a la obra.

Todos al piso.


Varias rondas, cada una alrededor de un pote de plasticola
y varios papeles de
colores.
En un rato, los papeles de colores se transforman,
las caras de los chicos y la mía también.





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Cuando terminaron los talleres, Raúl, poeta y periodista,
me hizo una entrevista (telefónica)
para la radio local.

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12.30hs. más o menos
Hora de almorzar.
Hay un sol hermoso. Se siente la primavera.
Caminamos dos cuadras hasta el comedor.
¡Comida casera: matambre, ensalada rusa, fideos y estofado!
¡Hasta la mayonesa! Comí un poco de todo.
Imposible resistir a esas delicias.

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13.30 hs.

Nuevamente el remise nos busca para llevarnos a Villa Sauze.
El conductor es un señor amable que todas las veces
baja del auto para abrirnos la puerta.
Nosotras, cargadas con libros,
carpetas y las camperas (la temperatura aumentó notablemente).


En el camino, Caro se comunica con la escuela, con la biblioteca,
y otra vez con la escuela.
No sabemos qué materiales tienen para trabajar.
Empiezo a tirar ideas alternativas y ahí nomás

me entero de que no van a ser un grado ni dos
sino toda la escuela primaria (polimodal) y todos los chicos de jardín.
No me inquieta, le digo a Caro que ahí vamos a ver qué y cómo.


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Cerca de las 14 hs.
Entramos en el pueblo. Villa Sauze. Las calles son de tierra.
En el tramo final, al cruzar la vía abandonada, pienso con pena y digo,
cómo habrá sido este pueblo cuando llegaba el tren.
El chofer y Caro me cuentan otra historia,
de cómo queda aislado el pueblo con las inundaciones.
Difícil imaginar ahora con tanta sequía.


La escuela
La directora se acerca a la puerta a recibirnos.
En el pasillo de entrada hay varias mujeres sentadas,

algunas con chiquitos sobre la falda.
Son madres de alumnos que también vinieron a escuchar.

Camino a la dirección nos dicen lo que supe un rato antes,
que van a estar todos los chicos de la escuela (de 3 a 14 años),
que todos me quieren conocer y que están llenos de preguntas…
Los tiempos no dan para separar en grupos y dar más de un taller.

Propongo que si eso es de lo que tienen ganas, hagamos charla y que si se da,
les cuento un poco de cómo trabajo y les muestro el material que traje.
Después, hacemos taller con lo que haya.


Y empiezan a llegar los chicos al patio.
Y ahí veo la mesita que me armaron, y los barriletes, y la planta.
Me presentan y escucho con timidez.



Ahora me toca el turno. Se hace silencio.
Empiezo ¿alguien quiere preguntarme algo?
De poco se van levantando algunas manos,
y asoman algunas voces que animan a otras,

y en un ratito se transforma en una charla de la que participan todos,
chicos chiquitos y chicos grandes, maestras y madres.
Siento alegría y emoción, se refleja en mi cara con una enorme sonrisa.

Como en los otros talleres, a partir de algunas preguntas,
abro la carpeta y empiezo a desparramar dibujos, para que los chicos vean, toquen.

Las maestras y la directora trajeron papeles.
Resma tenían y algunas plasticolas también.







El cierre: tortas hechas por los chicos y pedidos de autógrafos.
Me entusiasmo y les hago algunos dibujitos.

Otra anécdota:
Como otras veces, pensaron que yo era la poeta María Wernicke,
de quien me siento orgullosa de ser sobrina.
Pero tuve que aclarar que ella estaba casada con mi tío, hermano de papá,
y que tomó el apellido "prestado". Su nombre completo:
María de la Asunción Barbadillo de Wernicke. Comprensible... demasiado largo.

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La noche: Cena con Nieves, directora de la Biblioteca.
Charlamos de todo, pasando como si
nada de la soja a la pesca.
Como a mí, le encantan las pastas.

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Miércoles 25

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Dedico casi toda la mañana

a mirar los trabajos enviados al concurso “Sueño de barrilete”.
Son más de 100 trabajos entre las dos categorías (4 y 5 años / 7 y 8 años).
Tengo que elegir tres de cada una. No es fácil, los trabajos son muy buenos.
Pero al final, logro separar seis de cada categoría.
A la nochecita, nos juntaremos los tres jurados para decidir.

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13hs.
Después de un almuerzo liviano, partimos hacia Cañada Seca.
Vamos por la ruta, pero los 10 últimos kilómetros son de tierra.


¡Llegamos!


Nos reciben calurosamente y
dicen que me plagiaron de Candelaria y los monstruos.
Me río y agradezco, porque me encanta el cartel que hicieron.



No sabría decir cuántos son los chicos que participan
pero sí que son muchos y que, como en Villa Sauze,
las edades van desde los más piojos a los 8 años, más o menos.




De la escuela de Cañada Seca, me queda el silencio.
El clima creado por todos es el más íntimo que viví con un grupo tan numeroso.
Este encuentro es particularmente emotivo.




Del taller, salen trabajos hermosos.


Algunos posan con orgullo mostrando sus obras.



Me piden firmas y hago todas las que puedo.
El tiempo nos corre.
Pasó todo tan rápido que no lo puedo creer.

No me quiero ir, pero nos esperan en Santa Regina;
el camino va a ser lento: 30 Km. de tierra.

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15hs.
Está todo tan seco,
que la polvareda que levanta nuestro paso,
cae como lluvia contra los vidrios.


La biblioteca a la que llegamos, fue recientemente inaugurada.
Los chicos todavía no están, pero hay un hermoso cartel de bienvenida
y un montón de barriletes.


Esta vez, son chicos de dos salitas de jardín y algunos de primaria.

Como antes, cuento el cuento y les muestro los dibujos.


Cuando empezamos el taller, descubro que algunos de los chicos se juntaron
(uno más grande y
uno más chico) y trabajan en equipo.
Me maravillo con la solidaridad de los más grandes,
a
los que veo proponer, incentivar y ayudar.
A algunos los intimida la idea de trabajar sin
tijeras.
Al final, todos, todos, todos, trabajan, se enchastran, usan las manos.




Nuevamente, cuando me ven con la máquina de fotos,
los chicos se acercan y me muestran sus trabajos.



Se acaba la tarde. Miro los papeles que quedaron desparramados por todos lados
y aunque los chicos ya se fueron, sigo escuchando sus voces.
Pido una escoba para ayudar a limpiar, pero me gana Caro. A cambio,
recibo el termo y el mate. Ahora, me toca cebar.


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21 hs.
Cena con Alejandra- encargada del diseño gráfico de la Biblioteca-,

doña sonrisa, viajera, alegre y divertida.



Ya en el hotel, termino de firmar los certificados que se le entregarán
a cada uno de los
chicos que participó del concurso.

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Jueves 24

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10 hs.
Llego a la Salita Infantil de la Biblioteca a encontrarme con Caro.

A la izquierda, la Biblioteca. A la derecha, en la vereda de enfrente,
está la Salita, aunque la puerta no se ve. Es desde donde saqué la foto.


Ya sabemos quienes son los ganadores del concurso, lo decidimos anoche.
Saco fotos de todos los trabajos y nos vamos a comprar las cosas que faltan:
papeles para los talleres, dos juegos didácticos, que junto con el certificado,

un año gratis de biblioteca y el libro Sueño de barrilete dedicado por mí,
serán los primeros premios.
Los segundos y terceros, también van a recibir el certificado
(diseñado por Alejandra) y el libro con una dedicatoria.

Ya sé... se ve todo diminuto, pero haciendo clic en las fotos, se ven bien.





Después del almuerzo, volvemos a la Biblioteca.
Falta poco para que lleguen los chicos.

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14 hs.
También acá tengo un enorme cartel de bienvenida. Lo hizo Caro.


Van llegando. No son los casi 200 chicos que esperábamos.
Un paro de maestros confirmado
anoche, altera los planes.
Una pena. Llegan solamente los de jardín.



Y otra vez cuento el cuento y muestro dibujos.


Nos mudamos a la sala donde están expuestos los trabajos y empieza el taller.

Y al final, cuando casi todos terminaron,
se anuncian los ganadores y se entregan los premios.

Acá, con Ramiro, el único premiado presente.
Allá, al fondo, se la ve a Mirta, la encargada por la tarde,
de Salita Infantil de la Bibiloteca.

Los premiados
Arriba: 1) Agustina Serverich del Taller La Fragua de Gral. Villegas
2)Bautista Díaz Brítez del Jardín IMI de Gral. Vilegas
3) Ramiro Bassini del Jardín IMI de Gral. Villegas
Abajo: 1) Daiana Bertone Jaime del Taller La Fragua de Gral. Villegas
2) Paz Castaños de la Escuela Primaria Nº 1
3) Michael Cardoso de la Escuela Rural de Santa Regina


Tal vez porque sé que este fue el último taller, me desarmo. Me siento cansada.
Cuando ya todos se fueron, me desparramo en la alfombra de la salita infantil
y me dedico a mirar libros.
Mientras, entran y salen nuevos chicos,
sentándose a leer ahí, devolviendo o pidiendo un libro nuevo.
Mirta (encargada de la salita) los atiende, y cuando puede, me convida un mate.
Este lugar es como una casa con la puerta abierta, pienso.
Querría que estuviera a la vuelta de la mía, para entrar y salir como ellos.

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21 hs. Cena de despedida.

Las otras noches cené, la primera vez con Caro (de la Salita Infantil),
la segunda con Nieves (Directora de la Biblioteca)
y la tercera con Ale (encargada del diseño gráfico).
Esta, la última, es con todas, a la que también se suma Susana (Susanita)
que es quien se ocupa de la Bibliocasilla.


Días anteriores les conté a las chicas que no fui una buena lectora,
que los libros me llegan por afecto, ya sea porque me los recomienda
alguien a quien quiero, porque conozco a quien lo
escribió
o porque algo de ese libro se enlaza con algo de mi vida
o la de algún ser querido,
lugares, situaciones, personajes.
No debe ser lo mejor, ni es un método, pero así me sale,
y
también así llegan lecturas que no se borran.
Todo este preámbulo para decirles, con
vergüenza, que no había leído a Puig
y que ahora, que había andando por sus calles, escuchado
historias,
compartido tanto con ellas y otro montón de gente y de chicos de la zona, iba a
volver a casa, terminar la novela que tengo entre manos, y leerlo.



A último momento, me entregaron un sobre con moño de regalo:
“La traición de Rita Hayworth”
con una dedicatoria para no olvidar. ¡Gracias! Será leído.

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Y otro gracias muy grande a todos los otros que me acompañaron:
María Laura, Marcelo, Mirta, Celeste, maestras,
bibliotecarias, directoras de escuela, madres, un colega (en Cañada Seca),
periodistas de el Boletín Oficial, del Diario Actualidad,
de la radio de Banderaló...
de los que me disculpo
, además, por no recordar sus nombres.
¡Y a los chicos, a todos, todos, todos, por recibirme con tanto calorcito!

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